No sé qué hago parado en esta esquina… será tal
vez que desde aquí se pueden mirar los balcones de madera de tu casa, misma
casa donde residen mis más espantosos recuerdos, casa ubicada en otra ciudad
que ya desconozco si seguirá en el mismo sitio.
Si, ¿Cuánto hace que salí de esa tu ciudad
fantasma? El mismo tiempo en que ando desandando, recogiendo mis pasos diría mi
abuelo.
Pero poniéndome a analizar resulta que ya no
importa el tiempo, a veces creo que solo han pasado unos minutos y resulta que
son días, meses, años. Y en otras ocasiones parece que son siglos los que debo
padecer y solo han trascurrido unos segundos...
Ya casi se me acaba la ración de esta mañana, cada
vez está más cara, cada vez la rebajan más, cada vez me hace menos efecto, ese
es el único tiempo que me importa hace tiempo, el tiempo de morir a cuenta
gotas porque no he sido capaz de terminar de deambular.
II
Hoy todo está “normal”, las cosas siguen en su
sitio, ayer los butacones de la sala daban saltos, la sala con sus muebles eran
una verdadera fiesta, el comedor se gozó la vida en una danza que los vecinos
no creyeron que yo solo, fueran capaz de hacer tanto ruido y digo fuera porque
aunque ellos no lo crean, yo solo permanecí sentado al borde de las gradas que
van hacia mi cuarto, observando.
Observando, ese es mi oficio, observar, ¿sabes que
todavía te observo?
Así tendido en la cama compruebo que pasa el
tiempo, lo sé por el ruido que viene de la calle, los autos que pasan, las
motos, los camiones, el grito de los niños que en ocasiones me ensordece, esas
risas estridentes que me recuerdan algún lugar en no sé dónde. Ese es mi reloj
mientras miro el techo y cuento las hendijas y las manchas de una lluvia de
otros tiempos; cuando el ruido de las gotas me hacían sentir un goce
indescriptible.
Ahora te observo, te decía; te observo como si
estuvieras en la tele. Ya no tengo tele, lo cambie por esas, estas y otras que
ya me acabé, ya se va a acabar esa tele, el solo pensarlo me produce
escalofrío.
Tengo frío, se me viene a la mente una canción esa
que escuchabas mientras yo escribía, como nos gustaba Sabina, ¿te acuerdas?: “incluso
en estos tiempos/ veloces como un cadillac sin frenos/ todos los días tienen un
minuto/ en que cierro los ojos y disfruto/…”
¿Sabes? Ya no disfruto cuando cierro los ojos, es
más, es una tortura cerrar los ojos sin ayuda alguna, es insoportable cerrar
los ojos y morir por ti y volver a despertarme vivo.
III
Es invierno y estoy sobrio. El sol de mediodía me
escudriña, la mujer de enfrente me mira y yo le guiño el ojo, camina haciéndome
un desdeñoso arqueo de ojos, miro sus caderas, danzan y danzan. La mujer
comienza a desnudarse, primero sus hombros redondos y blancos, luego sus senos
con esos pezones carmesí, queda desnuda y no para de danzar, miro su pubis
dorado, la música vuelve a invadir mi cerebro y esta vez es una descarga de
congas y timbales… mierda, mentira no estoy sobrio pero sigue siendo invierno.
Vuelvo a la realidad y aquella mujer sigue su
camino, de hecho cruza la calle y se pierde en el centro comercial, todo vuelve
a la normalidad. El sol sigue escrutando mi cerebro, maldito sol de invierno,
me produce comezón en la espalda.
El cliente no sale de su oficina. Podría decir en
momentos como este que mi vida ha sido feliz dentro de toda la infelicidad
posible, no creas que disfruto lo que hago, pero de algo tiene que vivir un
hombre. Podría decir que es una forma de vomitar toda mi desazón, mi sin
sentido, mi asco, mi hambre de no sé qué.
O si sé qué… esta maldita angustia de todas las
noches, las tardes, las mañanas. Esa desazón que en nuestros tiempos desahogaba
copulando.
¿Te acuerdas de Henry Miller? Sexus, Flexus,
crucifixión Rosada, Trópico de Cáncer, todos los trópicos… ¿Sabes en que
trópico está el sexo? ¿No? Está un poquito más abajo del trópico de Capricornio,
aunque alguien me dijo una vez que estaba en el cerebro.
Hubo una época ¿te acuerdas? En que descubrimos
que estaba en todas partes, como nos dijo alguna vez un cura que estaba Dios.
Píllese a ese man. Si me descuido se me pierde
otra vez y necesito hacerle la vuelta porque la plata de la tele se me acabó y
la vida tiene que continuar aún sin vos.
IV
¿Vos también crees que soy cínico?
Aunque bueno, cada uno se va convirtiendo con el
tiempo y a su manera en un cínico, ¿no crees? En tu tiempo sí que éramos
cínicos, hasta que no pudimos más. Ahora siento los estertores de ese impacto,
es que esos golpes producen dolores que pasan pero nunca se curan. Te cuento
que lloré y sabes qué, todavía se me escurre de repente una lágrima. !Chas¡ de
repente.
Cuando era niño nos volábamos del colegio a una
loma que estaba frente a la universidad y jugábamos a los pistoleros. Este tipo
no sabe que ya no juego ni soy niño, ni le temo a la muerte.
Aprendí que en este negocio, como en todos creo
yo, el miedo es el peor enemigo. Pero cuando pierdes el miedo la vida se
convierte en un solo hecho: LA NADA. Así para algunos sea la nada
diversificada.
Unos leen a Rimbó, yo siempre preferí a Andrés
Caicedo, al fin y al cabo yo tengo mi propia temporada en el infierno, otros ni
siquiera saben leer así reciten como loros lo que está escrito.
Que importa ahora la connotación de lo que leo, de
la música que gusto, de las mujeres que deambulan en ese cuarto en el que
derrumbo mi cuerpo cuando tengo la certeza de que no te voy a encontrar. Que
importa si es Pepo o Sartre, Don Omar o Piazzola, el carroloco de la vida se
niega a dejarme. A veces creo que soy el judío errante…
Este marica cree que se me va a esconder, no sabe
que soy capaz de pegarle un plomazo a dos cuadras.
Si Cristo existiera y me pregunta quién soy, yo le
diría, que soy el segundo judío errante; lo miraría a los ojos y le diría:
Señor, tú eres el ser en el que la perfección tomó la forma más sublime y le
encontraste un sentido más importante a la palabra AMOR. Eso, le diría que él
es el AMOR.
Un man que fue capaz de morir por AMOR al prójimo,
un man que fue capaz de perdonar. De perdonar como ni vos ni yo fuimos capaces
de hacerlo y eso que estábamos enamorados y eso que hacíamos el AMOR… Pura
mierda.
V
Hasta que das papaya hijueputa. La vida es un ring
y la pelea la pierden no los más débiles, ni los más brutos, ni los más pobres;
la pelea siempre la pierde el que da papaya. Viejo no es nada personal, nada es
personal ya para mí. Es hora de que sepas que la tumba tiene más poder que los
ojos de la mujer amada, abierta como un imán nos atrae, nos arrastra.
Uyy… Mi sello es un solo tiro, ¿sabías? Un solo
tiro que evite sufrimiento, que evite ruido y gastos innecesarios, pero este se
me movió y tocó el puntillazo. Tomamos de la vida el mejor de nuestros sueños y
lo queremos convertir en realidad, hasta que caemos rendidos a los pies del
infortunio, del vació, de la nada. Entonces nos hundimos como el barco sin
apagar las luces.
Odio cuando esto sucede, odio los cruces mal
hechos y las miradas atónitas, odio romper el silencio. Inventamos un silencio
como pasaporte para seguir el viajevida y por dentro nos corroe la nostalgia.
¿Que pensarán de mí de aquí a mil años? ¿Existirá aún la risa? El hombre del
mañana se burlara en la tarde de razones como esta, de amarguras como la mía.
Cada vez que pasa esto le vuelvo a disparar a tu
figura y vuelves a caer, disminuyen tus pasos y es allí donde puedo volver a
alcanzarte y acariciarte tan solo con las manos de mis ojos.
Señor, tú nos enseñaste que el amor brota de la
inocencia, yo te pregunto: ¿Qué podemos hacer los que ya la perdimos?
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