En sus ojos una
extraña tristeza la hacía eternamente niña. Un halo de ternura acompañaba el más
mínimo de sus movimientos, su cara de ángel, su voz siempre firme y sus manos
como alas que surcaban el espacio y el tiempo, es mi visión de ese momento que he guardado
en mi mente para siempre.
Como un espacio
lejano que irrumpe al graduar la lente del telescopio, ella apareció para mí, nunca
el amor ha sido tan completo, la luz, la música y el contacto de su mano
prodigiosa llevándome por una especie de túnel. Su cuerpo como una obra de arte
del más perfecto realismo, esa boca húmeda y carnosa, sus ojos de miel
resaltando sobre su rostro pálido, nunca el amor ha sido tan complejo.
Llenaba el espacio de una alegría embriagante,
contagiosa y con su vos que repetía una canción, que se trasforma en mantra,
mientras se deslizaba como sobre una nube. Termina la canción y se sienta a mi
lado, sonríe complacida y me toma de la mano. Nunca el amor ha sido tan
sincero.
Se había predestinado
para mí, lo susurró en mi oído.
La angustia hizo
burbujas en mi estómago y no pude esperar más para besarla, sabia como yo que este tiempo en el campo de
juego había comenzado y yo sin decir una palabra, imploraba a todos los dioses,
que este instante durara para siempre. Nunca el amor había sido tan urgente.
Tomé su mano entre
mis manos e intenté darle calor, la atracción era incontenible. Y entonces le
hable de amor; le conté de las veces que la vi pasar sin que ella se percatara
de mi existencia y de cómo en silencio, suspiraba por ella; le conté de mis
viajes por lejanos desiertos, de los mares surcados en otros tiempos, le hablé
de ciudades increíbles y de los templos del viento, de las montañas escarpadas
y le conté de mis sueños.
Ella me miraba
con esos ojos donde se agitan torbellinos de fuego, fuego que me abrasa y no me
quema, fuego creador, fuego fundante. Intuyo con mis manos el camino hacia mis sueños
y también a mis desvelos y entonces una fuerza avasalladora nos recorre desde
adentro, en un momento un maremágnum destruye la realidad y la vuelve a recrear
por completo. Yo me dejo llevar por la
corriente. Nunca el amor ha sido tan perfecto.
Subimos a su
habitación como una exhalación y dimos comienzo a una adorable fusión, fusión
del núcleo de lo que fueron dos cuerpos, que se fundieron en uno con recorridos
certeros, que se acoplaron con ternura y con sus besos, besos de carne
ardiente, besos poéticos y diestros.
Sentí en mí, la
fuerza de un animal mítico mientras su cuerpo se amoldaba a mis embates, como
si fuera parte de su propio vientre, recorro el camino hasta principio de los
tiempos, una y otra vez paseando en sus caderas mis manos como diez aves que
recorren un camino que conocen de memoria, sin importar que sea su primer
encuentro.
Besé su cuerpo sin
dejar un solo espacio, la luz de la luna como un baño de plata nos cubre por
completo y sin mediar ningún preámbulo decidimos amarnos hasta el alba, hasta
que seamos envidia del mismísimo cielo.
Sonrió complacida y
entonces me dejé caer entre sus brazos extasiado y feliz, relajado y contento. Me
encadené para siempre, descubrí entonces y a penas hoy lo entiendo, que estábamos
destinados a la inmortalidad, a la eternidad del amor, que son instantes que
nunca acaban, pase lo que pase, memoria, olvido o tiempo.